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La respuesta del país no podía haber sido mejor ante el anuncio del presidente Santos del inicio de un nuevo proceso de paz.
Partidos políticos de diferentes tendencias, gremios económicos y sectores sociales manifestaron su apoyo total a la propuesta, la iglesia en cabeza de su máximo jerarca reiteró la necesidad de alcanzar la paz, la comunidad internacional se declaró en apoyo al proceso, la favorabilidad del primer mandatario se alzó en un porcentaje importante en tan solo unos pocos días y hasta el mercado bursátil reportó mejoría después del anuncio oficial de los diálogos por parte del primer mandatario.
Y no era para menos, cuando hasta hace pocos días se hablaba del retroceso en la seguridad nacional, el deterioro en la confianza inversionista, la proliferación de bandas criminales y otros tantos problemas que aquejan a nuestra nación; hoy se puso de moda hablar de paz, agenda de negociación, terminación del conflicto y de no repetir los errores del pasado que nos llevaron al más grande fracaso en la búsqueda de la paz en el gobierno Pastrana.
La sola idea de trasformar la realidad de nuestro país encontrándole una salida negociada al interminable conflicto hace erizar la piel, renueva las esperanzas perdidas ante los recurrentes y lamentables hechos de violencia y terrorismo ocurridos en nuestro país, y motiva un sentimiento patriótico de respaldo en esta trascendental campaña que comanda nuestro presidente.
Sin embargo, la ilusión que nos producen estos nuevos aires de paz y las ganas de alcanzar con prontitud la terminación del conflicto, no deben hacernos olvidar que nuestra patria tiene todo el derecho de reclamar la paz con decoro y dignidad, y que las posiciones asumidas en la mesa de negociación deben ser consecuentes con lo que cada parte representa, ya que las condiciones no pueden ser las mismas para quienes encarnan la legitimidad del estado colombiano frente a quienes hasta ahora simbolizan el terror, el secuestro, la extorsión y la muerte de miles de compatriotas.
Por eso creo justo reclamar con firmeza una actitud soberana de nuestro gobierno en la negociación de este nuevo proceso de paz y a la contraparte hechos concretos que de alguna manera desagravien tantas ofensas al pueblo colombiano.
En consecuencia, lo mínimo que podríamos exigir es un cese de hostilidades unilateral, sin condiciones y que concluya en una desmovilización total, la liberación inmediata de los secuestrados, el desalojo de las tierras, y el abandono de practicas como la extorsión o el narcotráfico como fuentes de financiación.
Bajo estas condiciones seguramente podríamos creer en una voluntad de paz, dar un paso hacia el perdón y la reconciliación y avanzar en forma correcta hacia lo que sería un gran acuerdo nacional sustentado en la justicia y la razón.
Esperemos entonces que el proceso avance en forma positiva y que esta vez no vayamos a ser nuevamente objeto de burla por parte de quienes han timado por muchos años al país; la horrible noche tiene que cesar, pero con ella debe acabar la humillación a la que nuestro pueblo ha sido sometido.
Espero ver a mi patria siempre grande, respetada, libre y en paz, y que por fin como dice nuestro himno, “en surcos de dolores el bien germine ya”.
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